Sevilla
Tras la caída del califato, Sevilla se convierte en un
reino independiente, en una taifa, bajo la soberanía de una
aristocrática y rica familia de provincias: los Banū
‘Abbād. Ya el primero de estos príncipes
sevillanos, Abū-l-Qāsim Mu
ammad ibn
‘Abbād (1023-1043), muestra las
características que van a acompañar a todos los soberanos de su
estirpe: inteligencia, falta de escrúpulos,
ambición, valor, orgullo y sensibilidad estética. Con este bagaje
consiguieron ampliar los límites de su taifa al Algarve, Huelva,
Algeciras, Ronda, Córdoba, parte de Jaén y Murcia. Su extremada
sensibilidad estética, refinada por una gran cultura, les hizo rodearse
de belleza, ya se encontrara en un rostro femenino, en un objeto precioso, en
un palacio o en un poema. Por ello, y esto es lo que nos interesa aquí,
Sevilla fue la capital poética del al-Andalus en la época de las
taifas hasta tal punto que la caída de los Banū
‘Abbād, destronados por los almorávides,
genera un tópico literario: el odio a Sevilla,motivado por el recuerdo, irrepetible con la
dinastía norteafricana, de que una buena casida no sólo
recibía un alto pago crematístico sino que podía salvar la
vida, al aplacar la ira de los coléricos y estetas soberanos de
Sevilla.
La primera época de la poesía en Sevilla es
todavía una continuación de los gustos de los últimos
años del califato: los poetas cultivan las
nawriyyāt
-panegíricos que fueron reunidos en una antología por el literato
sevillano Abū-l-Walīd Ismā‘īl-ibn
‘Āmir (1023-1069), que era conocido como
habīb (amigo,
amado).
La poesía sevillana toma un mayor grado de exquisitez en
busca de la más perfecta belleza formal en el reino de
‘Abbād ibn Mu
ammad, que lleva el título real de
Al-Mu‘ta
id, el más inteligente, cruel y esteta
de los reyes sevillanos, poeta ocasional él mismo y amante de la
poesía, de forma que intenta conseguir que sus ministros sean poetas o
que los poetas sean ministros, logro perfecto que alcanza al tener como
ministro a Ibn Zaydūn, huido de Córdoba. Pero seguramente
ya es el mejor poeta de su corte su hijo, el príncipe Mu
ammad ibn
‘Abbād, que logra aplacar la cólera paterna
con una casida, cuando pierde, por desidia, la efímeramente conquistada
plaza de Málaga.
El príncipe, desde muy joven, es poeta, y como dice Emilio
García Gómez, «personifica la poesía en tres
sentidos: compuso admirables versos; su vida fue pura poesía en
acción; protegió a todos los poetas de España, cuando
Sicilia y Kairauán fueron, respectivamente, invadidas por los normandos
y las tribus beduinas
». En Silves, donde su
padre le hizo gobernador a los
doce años, conoce a la esclava Rumaykiyya, a la que hará su
esposa favorita y a la que dedicará versos bellísimos, porque
Mu
ammad ibn
‘Abbād, que reinará con el nombre de
al-Mu‘tamid,
es especialmente un poeta del amor. Recordemos por ejemplo el acróstico
en el que cada verso comienza con las letras del nombre que Rumaykiyya
tomará como esposa real: I‘timād:
| Invisible tu persona a mis ojos, está presente en mi
corazón. |
|
|
| Te envío mi adiós, con la fuerza de la
pasión, con lágrimas de pena, con insomnio. |
|
|
| Indomable soy, tú me dominas y encuentras la tarea
fácil. |
|
|
| Mi deseo es estar contigo siempre. ¡Ojalá
pudieras concederme ese deseo! |
|
|
| Asegúrame que el juramento que nos une no se
romperá con la lejanía. |
|
|
| Dentro de los pliegues de ese poema, escondí tu dulce
nombre, I‘timād. |
|
|
|
También en Silves, el príncipe Mu
ammad conoce a Ibn
‘Ammār (1031-1086), nacido en una aldea de esta
población lusitana, con el que le unirá una amistad
equívoca y apasionada. El rey al-Mu‘ta
id destierra a Ibn
‘Ammār por considerarle una influencia perniciosa
para su hijo y este hecho nos permite comprobar la calidad poética de
Ibn
‘Ammār, tan excelente poeta como político.
Desde Zaragoza se dirige a al-Mu‘ta
id para intentar lograr que le levantase el
destierro, con una casida elegíaca, al estilo de Ibn Zaydūn, pero con una
solemnidad de treno:
| No es sino por mí, por quien zurean tristemente
las palomas, |
|
|
| no es sino por mí, por quien lloran las
nubes; |
|
|
| no es sino por mí, por quien el trueno ha lanzado
su grito vengador |
|
|
| y por quien el relámpago ha hecho vibrar su filo
cortante; |
|
|
| no es sino por mí, por quien las brillantes
estrellas se han vestido |
|
|
| de duelo, y por quien han marchado en cortejo
fúnebre; |
|
|
| no es sino por mí, por quien el huracán ha
rasgado sus vestiduras |
|
|
| y gime con los gañidos de las tiernas
gacelas; |
|
|
|
| ¡Acogedme!, si habéis logrado tranquilizar
a los que |
|
|
| engolfados en el céfiro, muestran tras él,
su cólera; |
|
|
| negros y adustos rostros, a los que no distraen |
|
|
| más que unos labios sonrientes, |
|
|
| me ocultaron de la amenaza de la muerte, muerte sobre
postes |
|
|
| en los que imagino que están clavadas
cabezas, |
|
|
| y me metieron en las tinieblas, en las que creo que
tienen |
|
|
| un aprisco entre las estrellas ocultas; |
|
|
| ¡Mal haya de unos caballos que me alejaron de la
tierra |
|
|
| de la grandeza y de las obras generosas! |
|
|
|
Tras el fúnebre comienzo, el poema se endulza con el
nostálgico recuerdo de los días pasados en Silves:
| ¿Acaso Silves no ha llorado por el que sufre |
|
|
| y Sevilla no ha suspirado por un arrepentido? |
|
|
| La lluvia cubrió el manto de nuestra juventud |
|
|
| en un país donde los jóvenes
rompían los amuletos de la infancia. |
|
|
| Al recordar el tiempo de mi juventud, es como si se
encendiese |
|
|
| el fuego del amor en el pecho. |
|
|
| Aquellas noches en que no hacía caso de la
sensatez del consejo |
|
|
| y seguía los errores de los alocados; |
|
|
| condené al insomnio a los párpados
somnolientos |
|
|
| y recogí el tormento de las tiernas ramas. |
|
|
| ¡Cuántas noches pasamos en el Azud, entre
los meandros del río, |
|
|
| que se deslizaba con la sinuosidad de una serpiente! |
|
|
| Escogimos el jardín como vecino y nos visitaba
con sus regalos |
|
|
| que traían las manos de las suaves brisas; |
|
|
| nos enviaba su aliento y se lo devolvíamos
aún más perfumado, |
|
|
| y con más suave brisa; |
|
|
| la brisa, en su ir y venir, parecía una
chismosa, |
|
|
| que llevase y trajese maledicencia; |
|
|
| el sol nos daba de beber. |
|
|
| ¿Quién ha visto el sol en mitad de la
negra noche, sino nosotros? |
|
|
| Pasábamos la noche sin que el delator
apareciese, |
|
|
| como si estuviéramos escondidos en el pecho de un
hombre discreto. |
|
|
| Aquello era vida y no lo que sufro hoy, |
|
|
| recorriendo las pobladas fronteras que parecen
desiertos, |
|
|
| en compañía de gentes cuyo carácter
no ha sido educado |
|
|
| por el contacto con el literato, ni con la familiaridad
del sabio; |
|
|
|
| forajidos que vagan por el desierto y visten pieles de
serpiente; |
|
|
| compartimos una mesa, donde las flores son las
espadas |
|
|
| y las vainas son sus cálices |
|
|
|
En realidad su estancia en Zaragoza no tenía tintes tan
trágicos, la corte de Ibn Hūd había bellos efebos a los que
podía dedicar sus gazales, género en el que alcanzó gran
maestría, siempre con carácter homoerótico. A pesar de la
belleza de la casida, no produjo el efecto buscado, tal vez por la
alusión a la alegre vida que llevaba con el príncipe Mu
ammad en Silves y que
también éste recordaría años más tarde en un
poema dirigido precisamente a Ibn
‘Ammār:
| ¡Saluda a esos lugares míos en Silves,
Abū Bakr, |
|
|
| y pregúntales si su añoranza es como la
mía! |
|
|
| ¡Saluda al Alcázar de las Barandas |
|
|
| de parte de un joven que siempre lo ansiara! |
|
|
| Morada de leones y de blancas doncellas. |
|
|
| ¡Qué espesuras y qué gabinetes! |
|
|
| ¡Cuantas noches pasé allí, en su
grato refugio, |
|
|
| entre pingües nalgas y estrechas cinturas! |
|
|
| Mujeres blancas y morenas que atravesaban mi alma, |
|
|
| como las albas espadas y las oscuras lanzas. |
|
|
| ¡Cuántas noches pasé allí, en
el remanso del río, |
|
|
| en amoroso juego con la del brazalete curvo como
meandro! |
|
|
| Se quitaba la túnica del tierno talle |
|
|
| y era como un capullo que se encendía en
flor; |
|
|
| la noche pasaba escanciándome de su mirada, |
|
|
| o de su copa o de su boca; |
|
|
| tañía las cuerdas de su laúd, y era
como si oyese |
|
|
| los tendones de los cuellos al ser cortados. |
|
|
|
La diferencia entre el tono de la poesía de los dos amigos
se encuentra seguramente en que Ibn
‘Ammar es un poeta profesional, obligado a
hacer poesía, e Ibn
‘Abbād lo hace por puro placer.
La muerte de al-Mu‘ta
id (1069) convierte en rey de Sevilla al
príncipe Mu
ammad, ya con el nombre de al-Mu‘tamid, el cual hace
volver inmediatamente a Ibn Ammār a la ciudad y ambos gobiernan, uno como rey,
otro como ministro, mientras gozan de los más refinados placeres que les
ofrece esta mítica Sevilla oncena y hacen poesía. Pero no son los
únicos poetas de la corte, pues además de los sevillanos, llegan
a la ciudad poetas no solamente por el mecenazgo real sino
por el exquisito ambiente cultural.
En Sevilla aparece con gran fuerza la que podríamos llamar
tercera generación poética de las taifas, poetas nacidos en la
mitad del siglo en los más diversos lugares de al-Andalus y que
representan la culminación poética de «las
provincias», la culturización literaria de al-Andalus, fuera de la
Bética. Uno de estos poetas es Ibn Wa
būn de Murcia (1039-1090), que representa de
nuevo el neoclasicismo más puro. Así lo muestra en la casida en
la que describe el palacio de al-Mu‘tamid conocido como Al-Zāhī, conceptista e
hiperbólica:
| Su techo arroja olas del mar, |
|
|
| que son alcores y colinas; |
|
|
| quien tiene inteligencia se asusta, |
|
|
| pues le parece que el mar es de fluyente aire; |
|
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| no faltan cometas que no corran, |
|
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| ni sol que no ilumine, ni media luna; |
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|
| el bello atrio tiene un techo de luz |
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|
| cuyas formas parecen sortijas; |
|
|
| su decoración es como un bordado |
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|
| en el que aparecen figuras imaginarias |
|
|
| y no te parece sino que el aire es un jardín |
|
|
| y que el techo es, de la misma forma, un espejismo; |
|
|
| compruebas que el fuego es una columna |
|
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| y que su esencia es el agua; |
|
|
| te parece que su solidez fluye |
|
|
| y que su humedad arde; |
|
|
| cada figura está viva y, al mismo tiempo,
inerte. |
|
|
| Se distingue belleza y coquetería; |
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|
| tiene acción, pero no tiene movimiento, |
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| se puede comprender, pero no dice palabra; |
|
|
| un maravilloso elefante vierte agua como una espada |
|
|
| y no se queja jamás de tedio; |
|
|
| es como si estuviese enfadado con los otros animales |
|
|
| y no levantase su testuz ante su vista; |
|
|
|
| magnánimo, ha legado al patio los arrayanes |
|
|
| que otrora plantaron los hombres |
|
|
|
Ibn Wa
būn fue uno de los pocos personajes de la corte
que osó lamentar la muerte de Ibn
‘Ammār.
Porque la amistad de al-Mu‘tamid e Ibn Ammār había terminado trágicamente.
El poeta lusitano, convertido en gobernador de Murcia, se había
ensoberbecido y atacado al rey de Valencia, el nieto de Almanzor,
‘Abd al-‘Azīz. Al-Mu‘tamid, desde Sevilla, había escrito
una irónica casida contra Ibn
‘Ammār, riéndose de sus orígenes
humildes con unos irónicos versos en los que elogiaba a los antepasados
de forma solemne:
| Los más poderosos señores y soberanos, |
|
|
| los coronados en tiempos antiguos... |
|
|
|
Para continuar con una descripción de
annabūs de Ibn
‘Ammār, donde describe un imaginario palacio:
| annabūs les llora con lágrimas |
|
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| que son como las rompientes olas; |
|
|
| y el alto alcázar cuyos balcones brillaban |
|
|
| entre el verdor de los árboles, llora; |
|
|
| no ríe con él el sol, sino que
creerías |
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|
| que vierte agua de oro en sus fachadas; |
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|
| lloran las cantoras, cuyos laúdes responden |
|
|
| en los patios, al trinar de los pájaros. |
|
|
| ¡Oh sol de aquel palacio! ¿Cómo se
deshicieron de ti |
|
|
| los golpes del destino? |
|
|
| Aún no tenías naciones, cuando fuertes
varones |
|
|
| cruzaban por tus altos muros; |
|
|
| ¡Cuántos leones te guardaban |
|
|
| y defendían con lanzas y espadas! |
|
|
| ¡Cuántas gentes de hermosa faz, en el
combate, |
|
|
| cubrían sus blancos rostros con un ropaje de
negra pez! |
|
|
| ¡Cuántos valientes se sumergían en
un torbellino |
|
|
| buscando enemigos en el ardor del fuego! |
|
|
|
| ¡Cuando los Banū
‘Ammār crecían en gloria, |
|
|
| abreviaban las vidas de los enemigos! |
|
|
|
Ibn
‘Ammār comprende la ironía de la casida y
responde con una cruelísima sátira en que se burla a su vez de
los Banū
‘Abbād, de su feudo originario en Yawmīn, lugar cerca de
Tocina, en Sevilla, de los amados esposa e hijos de al-Mu‘tamid:
| ¡Saluda a la tribu que en Occidente ha hecho
arrodillar |
|
|
| a los camellos y ha logrado la belleza! |
|
|
| Haz alto en Yawmīn, capital del mundo, |
|
|
| y duerme, ¡tal vez la veas como en un
sueño! |
|
|
| Podrás pedir a sus habitantes ceniza, |
|
|
| pero no verás en ella el fuego encendido. |
|
|
| Elegiste, de entre las hijas de los viles |
|
|
| a Rumaykiyya, que no vale un adarme; |
|
|
| trajo al mundo sinvergüenzas de bajo origen |
|
|
| tanto por la vía paterna como la materna; |
|
|
| son cortos de estatura, |
|
|
| pero sus cuernos son largos. |
|
|
|
Y acusa a al-Mu‘tamid de sodomía, haciendo, de nuevo,
alusión a la época dorada de su juventud en Silves:
| ¿Recuerdas los días de nuestra
juventud |
|
|
| cuando brillabas como luna creciente? |
|
|
| Te abrazaba la cintura tierna, |
|
|
| bebía de la boca agua clara. |
|
|
| Yo me contentaba con lo permitido, |
|
|
| pero tú querías aquello que no lo es. |
|
|
| Expondré aquello que ocultas: |
|
|
| ¡Oh gloria de la caballería! |
|
|
| Defendiste las aldeas, |
|
|
| pero violaste a las personas. |
|
|
|
El poema hizo mucho daño a al-Mu‘tamid, que
decidió vengarse, aunque Ibn
‘Ammār estaba entonces lejos de su alcance. Pero
tras una
serie de acontecimientos, la pérdida de Murcia por
Ibn
‘Ammār, su regreso a Zaragoza, sus nuevas
conspiraciones, al-Mu‘tamid logró apoderarse de su persona y
encarcelarle en palacio. Estuvo a punto de perdonarle, pero en un ataque de
ira, tan característico de su familia, le mató de un hachazo.
Eran tiempos difíciles. Alfonso VI, con quien se dice que
Ibn
‘Ammār se jugó la suerte de Sevilla en una
partida de ajedrez, había decidido conquistar Toledo, como antigua
capital de Hispania, en su intento de crear, tal vez, un Sacro Imperio
Hispánico. Y lo consiguió en el año 1085. Entonces
al-Mu‘tamid
llamó en auxilio de los reinos de taifas a los almorávides, los
sub-saharianos, con todo el fundamentalismo islámico que les daba su
condición de neófitos de esta religión. Los
almorávides frustraron los planes de Alfonso VI, no consiguieron
reconquistar Toledo y destronaron a la fuerza a los reyes de taifas.
La conquista almorávide de Sevilla fue durísima,
como si se tratase de una ciudad cristiana. Al-Mu‘tamid y su familia
fueron hechos prisioneros y llevados al norte de África. Su partida en
barco en Sevilla motivó una de las más bellas elegías
andalusíes, obra de uno de estos poetas de la tercera generación,
Ibn al-Labbāna
de Denia, poema extraordinariamente traducido en endecasílabos por
Emilio García Gómez:
| Jamás olvidaré la amanecida |
|
|
| junto al Guadalquivir, cuando las naves |
|
|
| estaban como muertos en sus fosas. |
|
|
| La gente se apretaba en las riberas |
|
|
| mirando aquellas perlas que flotaban |
|
|
| sobre los blancos lechos de espuma, |
|
|
| descuidadas las vírgenes, los velos |
|
|
| destapaban los rostros, que, cruelmente, |
|
|
| más que los mantos, el dolor rasgaba. |
|
|
| Cuando llegó el momento. ¡Qué
tumulto |
|
|
| de adioses! ¡Qué clamor el que a
porfía |
|
|
| las doncellas lanzaban y galanes! |
|
|
| Partieron con sollozos los bajeles, |
|
|
| como la caravana perezosa, |
|
|
| que arrea con su canto el camellero. |
|
|
| ¡Ay, cuánto llanto se llevaba el
agua! |
|
|
|
| ¡Ay, cuántos corazones se iban rotos |
|
|
| en aquellas galeras insensibles! |
|
|
|
Al-Mu‘tamid
en su destierro de Agmāt, junto a Marraquesh, compone sus
últimos poemas. No son exactamente elegías: son cantos
desesperados del prisionero que lo tuvo todo y tal vez los más sinceros
de la poesía hispanoárabe. Él mismo escribe sus propios
trenos y epitafio. Así dice en su propio planto:
| Extranjero y cautivo en tierra de africanos, |
|
|
| llorarán por él el estrado y el
mimbar; |
|
|
| llorarán por él las espadas cortantes y
las lanzas, |
|
|
| y derramarán lágrimas abundantes; |
|
|
| llorarán por él el rocío y el
aroma, sus palacios, |
|
|
| al-Zāhi y al-Zāhir, que antes le buscaban y ahora le
ignoran; |
|
|
| cuando se diga: en Agmāt ha muerto su generosidad |
|
|
| y no se puede esperar que vuelva hasta la
Resurrección. |
|
|
| Pasó el tiempo, y con él, aquel reino
amable, |
|
|
| llegó el hoy, que es huidizo. |
|
|
| Fue un dictamen del malvado destino, pero |
|
|
| ¿ha sido alguna vez justo con los justos? |
|
|
| El tiempo fue injusto con los Banu Mā’l-Samā’, |
|
|
| los hijos de la lluvia del cielo, que fueron humillados. |
|
|
|
Los poetas de la corte de Sevilla se desperdigaron. Para algunos
era su segundo destierro, como para Ibn Hamdīs de Siracusa (1055-1132), que había
perdido su patria a manos de los normandos y había encontrado una nueva
en Sevilla. Se exiliará de nuevo a Bugía, a la corte de los
hammadíes, donde describirá una fuente de los leones, tema
recurrente en la poesía y el arte hispano-árabe:
| Valientes leones habitan la guarida de los jefes |
|
|
| y susurran el agua como rugidos. |
|
|
| Es como si el oro cubriese sus cuerpos |
|
|
| y el cristal se deslizase por sus bocas, |
|
|
| leones cuyo descanso es inquietud, |
|
|
|
| como si algo se agitase en su interior. |
|
|
| Ya he mencionado su arrojo: están sentados |
|
|
| sobre sus cuerpos traseros para atacar. |
|
|
| El sol muestra su color como si fuese fuego |
|
|
| y como si sus lenguas diesen lametones de luz. |
|
|
| Es como si hubiesen desenvainado las espadas |
|
|
| de los arroyos que se derriten sin fuego. |
|
|
|
También Ibn al-Labbāna ha de buscar una nueva patria de nuevo,
después de haber encontrado refugio tras la pérdida de su patria
originaria, Denia, conquistada por los hudíes de Zaragoza, una de las
pocas taifas, con Toledo, donde la poesía fue episódica. Pero
antes es el único poeta de la corte sevillana que acude a visitar a
al-Mu‘tamid en
su destierro de Agmāt y le recita poemas escritos aún en su
honor. Ibn al-Labbāna, este personaje menudo y orgulloso,
había encontrado en al-Mu‘tamid el señor al que servir con sus
versos y tras su caída sabe que se encontrará en la
situación del buen vasallo si hubiese buen señor. Tras la muerte
de al-Mu‘tamid
y su paso rápido por Bugía, se refugia en la taifa de Mallorca,
que no ha sido aún conquistada por los almorávides. Su
señor, el eunuco Mubaššar,
tal vez no se asemeja a al Mu‘tamid, pero sí a los soberanos de su
infancia deniense, también antiguos esclavos de raza europea.
Allí compone los versos de su madurez, poblados de aves enamoradas como
siempre y con una secreta vena de poesía tradicional, como el resto de
su poesía.
Así, Mallorca tendrá los adornos de las aves:
| Es un país al que la paloma ha prestado su
collar |
|
|
| y al que el pavo real ha vestido con sus plumas. |
|
|
| Sus ríos son de vino, y los patios de sus casas,
las copas. |
|
|
|
Y cantará una fiesta de primavera que posiblemente sea una
reminiscencia pagana, conservada aún en la Mallorca islámica, de
las fiestas femeninas o mayas:
| Si aún tuviese el vigor de mis años
mozos, |
|
|
| no dejaría pasar la fiesta del Nayrūz, sin beber de
amanecida. |
|
|
|
| Es un día suave y poético, |
|
|
| cuya blancura se extiende ya por los alcores y los
valles; |
|
|
| es un día en el que juegan las muchachas |
|
|
| y se contonean como las ramas bajo el soplo de la
brisa; |
|
|
| cuando se sientan, parecen colinas sobre tierra
húmeda, |
|
|
| cuando caminan, parecen antílopes en el
aprisco; |
|
|
| tienen cuellos esbeltos, y sus vestidos, con
ceñidores, |
|
|
| arrastran largas colas; |
|
|
| son, a la vez, cultivadas y silvestres, |
|
|
| sus rostros son, a la vez, serios y alegres; |
|
|
| silenciosas, en su interior, hay una voz |
|
|
| que grita y habla por ellas; |
|
|
| cada una tiene un cumplido galán como
servidor, |
|
|
| de rostro vergonzoso y corazón desvergonzado; |
|
|
| no tiene miedo a las heridas del combate, |
|
|
| pero las miradas hieren su rostro; |
|
|
| la espada es fuego, la loriga es agua, |
|
|
| entre los dos extremos, está el acuerdo. |
|
|
|
También compone panegíricos, entre los que destaca
uno en el que describe a la flota del soberano en la bahía de Mallorca.
Naturalmente, las naves se asemejarán a aves:
| Vuelan las hijas de la mar; sus plumas son |
|
|
| como las de las hijas del cuervo, pero son halcones. |
|
|
|
Y tiene alguna imagen logradísima como:
| ... agitan los remos hacia ti, como pestañas |
|
|
| de un ojo que parpadea ante el espía
indiscreto. |
|
|
|
Ibn al-Labbāna muere en Mallorca alrededor del año
1114, cuando se disponía a partir en busca de un nuevo al-Mu‘tamid.
Pero el rey poeta era insustituible. Los poetas que quedaban en
la ciudad decían odiarla en el odio a Sevilla literario. Así,
Abū-l-‘Abbās
A
mad ibn
‘Abd Allāh, apodado «el ciego de Tudela»,
famoso por sus moaxajas y criado en Sevilla (m. 1126), dice:
| Me aburrí de Sevilla y ella se aburrió de
mí. |
|
|
| Si ella me habló como yo la hablé, |
|
|
| nos injuriamos mutuamente, por igual. |
|
|
| Mi alma me movió a abandonarla y a vagar
errante, |
|
|
| porque el agua es más pura en la nube que en el
charco. |
|
|
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/literatura-hispanoarabe--0/html/ff53f93e-82b1-11df-acc7-002185ce6064_33.html
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