Nicolò Paganini fue el
violinista más famoso de la historia, principalmente por su magnetismo
personal que alimentó todo tipo de mitos referidos a su asombrosa
técnica y a la inaudita pureza de su sonido.
Fue un violinista
que trascendió lo puramente musical y se vio convertido en el personaje
semifabuloso cuyo arco era manejado por el diablo en persona. O al menos
eso es lo que publicó la prensa vienesa tras su triunfal debut el 28 de
marzo de 1828, fecha de inicio de la vertiginosa carrera europea
interrumpida seis años después por una enfermedad incapacitante que le
impidió estrenar Harold en Italia, el concierto para viola y orquesta que había encargado al joven Berlioz.
Si
a la crítica vienesa le gustaba subir a escena al mismísimo Satanás, la
parisina acudía a la superposición de calificativos característica del
estilo literario de Mme. De Sévigné: "Es la cosa más asombrosa, la más
sorprendente, la más milagrosa, la más triunfal, la más extravagante, la
más inaudita, la más singular, la más extraordinaria, la más increíble,
la más imprevisible... Regocijémonos de que este encantador sea nuestro
contemporáneo, de que lo podamos aplaudir nosotros mismos, ¡si hubiera
hecho sonar así su violín hace más o menos cien años, hubiera sido
quemado por brujo!" (Le Journal des débats, 1831).
La
lectura de la prensa europea de la época pone de manifiesto que el
aspecto físico de Paganini resultaba tanto o más fascinante que su
técnica 'sobrehumana', lo que explica en parte el mito del pacto con el
diablo que, alimentado por un famoso cuento de E.T.A. Hoffmann, se tejió
en torno al violinista: "extremadamente delgado, mirada penetrante,
cabello negrísimo que contrastaba con la extremada palidez de su piel
... y dos profundas arrugas, semejantes a las ff de los violines, que surcan sus mejillas".
Evidentemente,
a Paganini no le disgustaban esas supersticiones que tantos beneficios
le reportaban y él mismo cuidaba de no defraudar las expectativas de sus
públicos, convirtiéndose en un icono del artista demoníaco del primer
romanticismo tal como Sarasate se convertiría en un icono del artista
mórbido de la Belle Époque.
Al margen de su rol
simbólico, los descubrimientos técnicos de Paganini lo erigen en una
figura central en la historia del violín. Lo es en tal alto grado que
las escuelas nacionales que no asumieron sus aportaciones declinaron tan
rápidamente que pocos años después de la muerte de Paganini estaban
prácticamente inermes. Tal fue el caso de la escuela alemana que, por
influencia de Spohr, intentó seguir sus propias tradiciones y ni
siquiera la inyección de vitalidad húngara que significó Joachim pudo
devolverle el protagonismo europeo que había tenido entre ca. 1750-1830.
Además,
Paganini tuvo una enorme influencia sobre la asunción del virtuosismo
como elemento artístico en la música occidental. Como explica Renato Di
Benedetto: "El virtuosismo de Paganini se consideraba trascendental:
se lo consideraba capaz de lanzarse contra la materia sonora con un
chorro tal de violencia fantástica que llegaba a trascender sus límites,
o mejor aún, a romper los nexos formalizadores y llegar al corazón que
-según la genuina concepción romántica- latía al unísono con el alma del
mundo; es decir, como expresión de una potencia demiúrgica." (1982)
Esta concepción, desarrollada por Liszt, se mantuvo vigente en la música
culta hasta los años veinte, perdiendo prestigio en beneficio de la
concepción mesiánica que otorga al compositor el protagonismo absoluto
en el acto creativo que convierte al intérprete en un mero ejecutante de
la obra de arte. A partir de la crisis cultural de los años sesenta, la
música culta ha recuperado los valores del virtuosismo de los que se
había apropiado. en los años de la Guerra Fría, el be bop, una
de las corrientes principales del jazz de postguerra, y, en los años
setenta, las corrientes del Heavy rock por influencia de Jimi Hendrix.
Concierto nº 1 para violín y orquesta en re mayor Op. 6
Paganini
escribió unas treinta obras para violín y orquesta de las que sólo
cinco son conciertos propiamente dichos. Estos fueron escritos entre
1817 y 1830 para su propio uso como solista, motivo principal de que no
se publicasen en vida del autor. Paganini compuso su primer concierto en
1817. Lo escribió en la tonalidad de mi bemol con el requisito de que
el violín tocase en re, un semitono por encima de la orquesta, para
obtener un sonido más terso y brillante del solista.
Progresivamente,
se perdió esa costumbre interpretativa y actualmente se interpreta casi
siempre en la tonalidad de re mayor. La obra se publicó simultáneamente
en París y Mainz en 1851, once años después de la muerte de Paganini.
La
parte del solista está pletórica de innovaciones y artilugios técnicos
que hoy nos parecen indisolubles del idiomatismo del violín solista.
Paganini adopta un discurso melódico que toma numerosos elementos de los
nuevos códigos de la ópera rossiniana tanto en la vocalidad como en el
característico impulso de la parte orquestal del Allegro así como en numerosos rasgos de la instrumentación del Adagio
-la oración de un prisionero, según el propio Paganini- por más que en
ambos movimientos, la orquesta quede en un discreto segundo plano cada
vez que suena el violín solista. El Allegro spiritoso es un
rondó pensado para la plena expansión del virtuosismo trascendente y la
orquesta se limita a breves pasajes aseverativos entre las diversas
exhibiciones atléticas del solista.
¿Se requiere un espíritu atormentado para escribir una pieza que sublime
tristeza en cada nota y nos haga apretar los ojos y los dientes como el violin sonata numero 6? Yo
quiero pensar que sí, que nada más ficticio que escribir por encargo
una oda al desconsuelo o la desazón, porque se haría evidente el fraude
(Como sucede con la llamada "música de despecho" y con un buen número
de vallenatos) y escucharla sería tan divertido como masticar un corcho.
Lo malo de pensar con ese romanticismo es que, cuando nos cruzamos con piezas como esta de hoy, que trasciende los siglos, los continentes y las culturas, nos resulta doliendo de mais el posible sufrimiento de este endemoniado que fue capaz de traducirlo al violín, y nos hace pensar que a la larga nuestra miseria no va a ser tanta como quisiéramos para justificar las ganas de acabar con todo esto
Lo malo de pensar con ese romanticismo es que, cuando nos cruzamos con piezas como esta de hoy, que trasciende los siglos, los continentes y las culturas, nos resulta doliendo de mais el posible sufrimiento de este endemoniado que fue capaz de traducirlo al violín, y nos hace pensar que a la larga nuestra miseria no va a ser tanta como quisiéramos para justificar las ganas de acabar con todo esto
http://ahorcarse.blogspot.com.es/2012/02/violin-sonata-n6-niccolo-paganini.html
http://www.mundoclasico.com/ed/documentos/doc-ver.aspx?id=0006462
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