Se dice que el dolor agudiza la creatividad, por lo que no extraña que
su vida fuera una obra de arte constante y entera. Y es que más que en
el dolor, ella vivió en una herida abierta que supuró talento, crueldad y
humillaciones a borbotones. Billie Holiday, la cantante más definitiva de
toda la historia del jazz, no fue un juguete roto, sino una chica con
una sombra permanente de mala suerte, tanto por la época y la sociedad
en la que hubo de sobrevivir como los amores errados a los que se
abrazó. Ella misma dijo en su autobiografía 'Lady sings the blues': "Puedes ir vestida de raso, con gardenias en el
pelo y no ver una sola caña de azúcar en varios kilómetros a la redonda
y, aun así, seguir trabajando en una plantación". En este siglo han aparecido voces maestras en el jazz, incluso voces que
bien pueden rivalizar en audacia y emoción con el lamento vocal de la
Holiday. Y, sin embargo, todavía está por descubrirse una cantante que
concite tanta unanimidad en torno a una canción tan arrebatada como
arrebatadora. Y tan herida, porque no se entiende cómo esta mujer fue
capaz de vivir en la cima del jazz golpeada de tanta desgracia. Se
insiste: Billie Holiday, a pesar de sus excesos, no fue lo que
llamamos un juguete roto, sino una mujer que caminó por la vida sin
desaliento, a pesar de las muchas piedras que se encontró -y le
colocaron- a cada paso.
Sobre el escenario Billie Holiday era toda luminosidad, volviendo a
la cruda realidad cuando se bajaba de él. No se la permitía ningún
contacto en el público blanco, tenía que acceder a los locales por la
puerta de atrás, cobraba menos que sus compañeros... A ello se le sumaba su adicción a la heroína, que la granjeó numerosos problemas y un paso por la cárcel de cruel recuerdo, por no hablar de las parejas que tuvo, maltratadores de profesión, tipos mafiosos, crueles, a los que retrató en canciones como 'My man' o 'Ain't nobodys business'. Pronto captó la atención de una de las orquestas de swing de mayor éxito en aquel Estados Unidos de 1933, la de Benny Goodman
-por mediación del productor John Hammond-, para encontrarse cuatro
años después integrada en esa maquinaria mucho más jazzística y fogosa
que fue la de su admirado Count Basie, donde conoció al mencionado Lester Young.
Llegado ese momento, Billie Holiday ya había hecho de su voz un
lamento vocal con una hondura emocional mágica, con una sensibilidad en
el fraseo realmente única e irrepetible. Se dice que nadie como ella
pronunciaba con tanta emoción desgarrada las palabras "love" o "baby".
"Trato de improvisar como Louis Armstrong o Lester Young. Lo que
sale es lo que siento. Odio las canciones en línea recta. Tengo que
cambiar los tonos y ajustarlos a mi propia forma de entender la música.
Esto es todo lo que sé".
http://www.elmundo.es/cultura/2015/04/06/55218399ca4741b6648b458b.html
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